Luis XIV de Francia: el Putin francés
Por: Eduardo de Mesa
Durante estos últimos días somos testigos atónitos de la invasión de Ucrania por parte de la Rusia de Putin. En los medios de comunicación podemos encontrar todo tipo de opiniones acerca del ataque y de las diferentes causas que lo podrían explicar. Se han hecho paralelismos entre el estadista ruso y las acciones de Hitler antes de la Segunda Guerra Mundial, debido a la puesta en marcha de las políticas de acrecentamiento de sus estados a costa de vecinos más débiles con el fin de asegurar sus fronteras, ya sea alcanzando barreras geográficas o creando estados-tapón. Sin embargo, este comportamiento no es nuevo. Durante la segunda mitad del siglo XVII, Europa tuvo que sufrir los delirios de grandeza de Luis XIV, monarca de Francia y conocido pomposamente como “el Rey-Sol”; quien puso todo su empeño en convertirse en el rey más poderoso del continente, aunque para ello tuviera que comportarse como un matasiete. Así, su política exterior buscó obsesivamente el acrecentamiento de las fronteras de Francia y la gloria y la granduer (grandeza) del monarca y de sus ejércitos. El primer ataque lo sufrió la Monarquía Hispánica durante la denominada Guerra de Devolución (1667-1668). Tras la muerte de Felipe IV de España y la subida al trono de Carlos II, nacido de su segundo matrimonio, el monarca galo decidió, sin declarar la guerra, invadir los Países Bajos españoles –actuales Bélgica y Luxemburgo– escudándose en el derecho de su esposa María Teresa de Austria –hija del primer matrimonio de Felipe IV y que había renunciado a cualquier herencia–, a no ser relegada en sus derechos por haber sido fruto de dicho enlace inicial, tal y como disponían las leyes de la provincia de Brabante. Además, como segundo pretexto, adujo que no había recibido la dote prometida por su boda con la infanta.
Tras una campaña relámpago que cogió por sorpresa al gobierno español en Flandes, logró conquistar buena parte de su territorio, aunque la rápida reacción de la Monarquía Hispánica –magistralmente estudiada en España, Flandes y la Guerra de Devolución (1667-1668). Guerra, reclutamiento y movilización para el mantenimiento de los Países Bajos españoles (Madrid, Ministerio de Defensa, 2007) por Antonio J. Rodríguez Hernández–, así como la entrada en la guerra de la Triple Alianza (la República holandesa, Suecia e Inglaterra) hizo que el enfrentamiento llegara a su fin abruptamente. Luis XIV tuvo que renunciar a todas sus conquistas menos a una docena de poblaciones en el sur de los Países Bajos españoles. La primera tentativa había quedado en nada. Sin embargo, apenas cuatro años después, en 1672, decidió atacar a la República holandesa, ya que la consideraba culpable de su primer fracaso. La guerra fue larga, duró seis años en la que media Europa se unió en su contra, y acabó en un empate técnico que obligó a Luis a devolver todas sus conquistas, a excepción de otro pequeño número de poblaciones del Flandes español, y todo el Franco-Condado de Borgoña –territorio de la Monarquía Hispánica–. A pesar de ello, Luis XIV había conseguido erigirse en el rey más poderoso de Europa. En 1679, apenas un año después de haber finalizado la Guerra de Holanda, Luis inició la denominada Guerra de las Reuniones: basándose en los derechos medievales de ciertas poblaciones conquistadas por Francia, se exigía reconocer el derecho francés a anexionarse los territorios aledaños sobre los que aquellas habían tenido jurisdicción en el pasado.
Aunque en la mayoría de las reuniones no hubo oposición alguna, pasó todo lo contrario con las ciudades de Estrasburgo –perteneciente al Sacro Imperio Germánico– y Luxemburgo –de la Monarquía Hispánica–. Ambas fueron conquistadas a sangre y fuego, mediante unas acciones en las que los ataques a los civiles por parte francesa fueron habituales, con estos actos bárbaros se buscaba que la población se acobardase y no cooperara en la defensa contra la agresión gala. Aun así, durante los dos sitios que sufrió Luxemburgo entre 1681 y 1684, la guarnición hispánica plantó cara al enemigo con valentía, por lo que el segundo cerco duró del 27 de abril al 7 de junio de 1684. A pesar de ello, finalmente la ciudad se tuvo que rendir y pasó a formar parte de los estados del baladrón de Europa.
Sus apetitos expansionistas no quedaron ahí. En 1688 dio comienzo la Guerra de los Nueve Años, o de la Liga de Augsburgo, en la que Francia, de nuevo, se enfrentó a una alianza de potencias europeas: la Monarquía Hispánica, el Sacro Imperio Germánico, la República holandesa, Inglaterra, Bavaria, Brandemburgo, Sajonia y Saboya. Esta vez Luis cruzó el Rin con la intención de controlar las áreas del Imperio más cercanas a sus estados, pero la agresión motivó la rápida reacción de Europa occidental de manera unánime. La guerra se libró tanto en Flandes –el mejor estudio sobre este frente está en Los últimos Tercios. El Ejército de Carlos II de Davide Maffi (Madrid, Desperta Ferro, 2020)–, como en la zona del Rin, pero también en Cataluña, Saboya, Irlanda, el Nuevo Mundo y el Océano Atlántico, por lo que puede considerarse como una de las primeras guerras a escala global. A pesar de las contundentes victorias de Luis XIV en Fleurus (1690), Steenkirk (1692) y Neerwinden (1693), sus ejércitos no fueron capaces de ganar la guerra y las arcas estatales acabaron completamente agotadas. De nuevo el monarca se vio obligado a firmar una paz con unos enemigos que estaban igualmente exhaustos.
Pero, a pesar del resultado obtenido, Luis XIV se volvería a lanzar a otra contienda más: la Guerra de Sucesión española, que se inició en 1701. Aunque, esta vez, fue una guerra para defender el testamento de Carlos II de España y la herencia de su nieto, Felipe V, quien era bisnieto de Felipe IV. A la muerte de “el Rey-Sol” en 1715, la grandeur y la gloria que había buscado con obsesiva terquedad eran un simple espejismo. Sus irreflexivas acciones llevaron a Francia a la bancarrota y al hambre; su reinado había sido un desastre para su pueblo. Pero, a pesar de que hoy sigue siendo considerado como uno de los reinados más brillantes de la Edad Moderna –aunque la primacía francesa ni fue total y, a lo sumo, duró 40 años–, la realidad demuestra que Luis XIV no pasó de ser un matón, tal y como hoy lo es Putin.